viernes, 13 de junio de 2008

La huída

Lo había repasado todo mentalmente, decenas de veces.

Llevaba consigo todo lo que iba a necesitar, o al menos lo que había calculado que podría necesitar. Había hecho las maletas cuidadosamente, pero no conseguía quitarse la sensación de que se le estaba olvidando algo. Esa sensación le acompañaba en cada viaje siempre, y era producto de la ansiedad, o eso pensaba para relajarse.

No había contado sus planes a muchas personas, por no decir a casi ninguna. Y de los pocos que sabían algo, ninguno sabía totalmente la historia completa. Había sembrado medias verdades y excusas durante semanas en su círculo habitual: por qué no podía ir a esa fiesta, por qué no estaría para el cumpleaños de tal persona, porque no quería comprar aquella entrada para un concierto. Al principio le costó mentir, al final se consideró un maestro en la materia. El éxito dependía de que nadie supiera en qué consistía su plan, esa era la clave.

Su idea, su plan, era simplemente irse de viaje por tiempo indefinido, a destinos al azar escogidos sobre un mapa de su país. Las reglas eran simples. No quedarse más de tres días, no volver dos veces al mismo sitio, no llamar a nadie para informar de su próximo destino o de su ubicación actual. Había pensado otras muchas reglas para hacer más difícil el juego, como tener que ir a un lugar a más de trescientos kilómetros cada pocos días, para asegurarse de que cubría el mayor terreno posible.

Al final se quedó con las tres reglas básicas, porque decidió que tampoco quería estar gran parte de su tiempo pensando si estaba cumpliendo los requisitos o no, si había roto una regla, si podía ir allí o debía ir a otro lugar. Se trataba justo de lo contrario, de guiarse por el azar, de ser aleatorio. Se acordó de uno de sus libros favoritos, El hombre de los dados. ¿Y si lo hacía con un dado? No, no funcionaría: el dado valía para decisiones con pocas alternativas. Las suyas eran infinitas.

Mientras escuchaba el sonido familiar de sus propios pasos camino del coche, y decía mentalmente al garaje que no le iba a ver en una buena temporada, se dio cuenta de repente de que había dejado de sentir pena por la gente que dejaba detrás. "Curioso", dijo casi en voz alta. Abandonar eso que llamamos seres queridos parecía una excusa de su cabeza para que desistiese, una cuerda que le ataba a la vida que estaba deseando dejar. Una vez había decidido que lo haría, la pena desapareció. Ser aleatorio... Ahora le daban pena los que se quedaban atrás. Creía que lo normal era lo que él iba a hacer, y lo raro, vivir atado a un saco de excusas.

Sonrió. No había empezado aún su viaje, pero ya se sentía más libre que en toda su vida. Mientras arrancó el coche, imaginaba las reacciones de la gente. ¿Que no ha venido a trabajar? ¿Sabes algo de él? ¿Cómo que lleva cinco días sin dar noticias de vida?

Tardarían en encontrar la nota, y para cuando la leyeran, él sería otra persona ya. Disfrutó fantaseando con que se estaba transformando en ese mismo momento, mientras encendía tranquilamente su cigarrillo. Una calma imprevista le inundó, confirmando que hacía lo correcto. La música comenzó a sonar dentro del coche, invadiendo cada hueco del espacio y poniendo banda sonora a su hazaña anónima. Metió la primera marcha, y arrancó.

2 comentarios:

Mara Islandia dijo...

:)

"Tracé un ambicioso plan: consistía en sobrevivir"

Me gusta ese plan, es casi más ambicioso que sobrevivir, o quizás forme parte.

Cuando imagino ser otra persona, vivir otra vida, no puedo evitar la idea de viajar constantemente. Supongo que ser alguien itinerante es una forma de huir, o de por lo menos de no estrechar demasiado lazos con nada. Empezar de cero cada día. No echar de menos a los seres queridos no es grave, ya vendrán otros.

Muaaaaaaaaaaaa

Anónimo dijo...

y esta:
Al principio le costó mentir, al final se consideró un maestro en la materia.
que gran verdad (o que mentira más cierta...)