lunes, 24 de noviembre de 2008

Instantáneas de un fin de semana

Uno. Observa a cada persona que pasa, sin excepción. Apoltronado en su butaca 12C, con los auriculares en las orejas y la vista perdida en la tele del tren, mira la película pero es incapaz de concentrarse en ella y, probablemente por eso, tampoco pueda disfrutarla. Si el sujeto que recorre el pasillo es hombre, le mira y en su cara se adivina la comparación consigo mismo. A los gordos les dedica un vistazo, a los que tienen tipazo les recorre el cuerpo con gesto hosco. Si es mujer, por supuesto, un repaso visual completo. Si está buena, se queda pendiente de cuándo vuelve del baño o la cafetería. Si no le resulta atractiva, parece insultarle con los ojos. El mundo constantemente juzgado, la clasificación de las personas en mejores y peores que yo. No tiene rayos X, sólo percibe los cascarones.

Espero no ser así nunca.

Dos. Todo el bullicio del Parque del Alamillo a su alrededor es inexistente para ella, aunque sea un domingo soleado y cientos de personas hayan decidido ir a pasar el día al mismo césped. Una pompa de jabón invisible y gigante la envuelve a ella, protegiéndola, y con ella a su bebé, un minúsculo paquetito envuelto en ropa azul que solo veo de espaldas y que es poco más grande que un gato mediano. Para ella no hay balones voladores que la acechen, ni avispas que le canten al oído, ni rayos molestos de sol en su retina, ni hormigas trepando por debajo del escudo hacia sus pantalones. La vista clavada en su bebé minutos y minutos. Una mirada de paz. Alguna nana telepática, estoy convencido. Ella protegía a su bebé y yo, inconscientemente, la protegía a ella.

Espero mirar así algún día, y espero que ese bebé recuerde que lo miraban así.

Tres. Cada cuatro años aproximadamente me asalta el antojo de tomarme un batido. Busco una heladería o cafetería donde los hagan caseros y pago encantado entre tres y cinco euros por una dosis de vainilla líquida. Mientras nosotros tragamos vainilla y plátano, aparece ella. Una diadema de plástico blanco, con lucecitas de colores intermitentes, le da un toque de color a su pelo lacio negro. Un sable supuestamente láser, que reta e incluso supera a la diadema en colores y patrones y probablemente emita sonidos pende de una de sus manos pequeñas. Decenas de objetos más en la otra mano, en un revoltijo de llaveros, juguetitos y demás artilugios molestos que se presta a desparramar delante de sus clientes. Con sus ojos orientales rasgados, se acerca a las mesas donde tomamos el batido y va mirando a la gente. Y no dice nada. Solo nos recorre con la mirada. ¿Qué va a decir? ¿"Hola, parezco retrasada pero estoy vendiendo?" Me pregunto si se reirá cuando se ve así vestida recorriendo un país extraño. Si se reiría el primer día, si alguien le dijo "pareces un extraterrestre, ¿vas a salir así?" Lectura pesimista: no tiene más remedio que hacer eso para satisfacer una deuda tenebrosa con una mafia cruel. Arrastra los pies en jornadas interminables con ventas contadas con los dedos de la mano del sable. Lectura optimista: es china, su sentido del ridículo es totalmente diferente al nuestro. No le da vergüenza y por eso, hace demostraciones a sus clientes que rayan la actuación de un payaso profesional. Es el opuesto al mirón del tren. Lo que piense la gente de mí es irrelevante, lo que piense yo de ellos también.

Si me hubiera pillado hace veinte años le hubiera comprado el arsenal completo. Si tengo que elegir, prefiero vender antenas de ET un domingo por la tarde antes que ser un insatisfecho trajeado en un tren, temiendo ver a alguien mejor que yo. Mejor según yo, claro.

Posdata. Me gustan las margaritas. No las del campo, que también, sino las que bebes esperando unos tacos sepultados en queso fundido. Y contigo más.

10 comentarios:

L o L i T a dijo...

Claramente este es tu estilo! Lo he leido como un comic de historietas varias unidas por el que las cuenta.

Yo creo que esas chinitas tienen bastante sentido del humor, un espíritu de sacrificio envidiable e inexistente sentido del ridículo. Pero un gran sentido de lo importante.

A mi me encantan las margaritas, las del campo y las de tequila. Pero las primeras tal vez más. Siempre me dicen "te quiere" ;) pero yo ya lo sé.


Me gustaría leer más de esto.
;) muá.

Ramón de Mielina dijo...

Una gafas de sol ahumadas para el primero, una polaroid para la segunda, un punto de cuatro para la tercera. Una margarita para vosotros dos.

ALMAGRISS dijo...

Interesante fin de semana cargado de bebés, trenes, margaritas, batidos... y murmullos varios en tu cabeza. Interesante cómo lo cuentas espectador anónimo...
Me gusta.
Besos

Debster dijo...

Que bueno quedarte observando todo lo que pasa delante tuya sin que nadie lo note ;) Genial!!

Ramón de Mielina dijo...

Debster se sentaría al lado de Forest... Forest Guuuuuummmmm! :-P jajajajaja

Murphy White dijo...

Jajaja. Me han encantado tus instantáneas.
No me gustan las personas que creen llevar rayos X y juzgan con la mirada. Me gusta la gente que transmite paz. No me gustan las diademas brillantes (aunque en una noche lunática, una nunca sabe cómo cambia su escala de gustos)... y... ¡me apetece un batido de vainilla!!!

Anónimo dijo...

Eres increíble. Siempre lo fuiste. Lo mejor, la posdata. Deberías sacar más a pasear a tu alma romántica, es puro reggae bajo el sol.

Charlie dijo...

Lolita: no se le pueden pedir peras al olmo, cuando me sale algo como esto debe ser de pura chamba. :D

Ramón: y si te lo cambio por un caldo de pollo para hoy, que hace un frío morrocotudo? :D

Almagriss: en realidad pasaron muchas más cosas, pero estas son las que vi cuando yo no hacía nada. Te quedas quieto y observas como todo se mueve alrededor... como las viejecitas de los bares, vaya. ;)

Debster: es como un scrap pero del mundo real, jajaja.

Murphy: claramenta si esa china me pilla "alegre" se queda sin sable láser jaja...

Anónimo: mmm... ¿gracias? Me ha gustado lo de "puro reggae bajo el sol". :)

Gracias a todos por la visita!

Anónimo dijo...

4.tiene más de ochenta años, seguro, y le cuelgan las piernas del asiento de una estación del ave, cualquiera.además la falda se le recoge y le enseña a todos los pasajeros, a los que vienen, a los que se van y escandalizados a los que esperan, a todos les muestra que no lleva panties, no, lleva unos calcetines de media negros que no le cubren ni las rodillas. sonríe. o quizas es que las arrugas de la cara le marcan una sonrisa ficticia. ¿tendrá de verdad ganas de sonreír? las azafatas la saludan, y les responde sonriendo un poco más. balancea sus piernas colgantes, como si en vez de más de chenta años, tuviera ocho, y estuviera esperando con su familia a que llegara ese tren que tiene que llevarles a algún sitio... pero el tren no llega. y ella sigue sola. balanceándose.

jo, cómo dan de sí los viajes.
envidio los tuyos, e inspiras los recuerdos de los míos:-)
cuanto tiempo...

Charlie dijo...

r, qué chulo. Blogging colaborativo! ;)